domingo, 20 de diciembre de 2020

 

Sin salvar las distancias, el territorio rocoso que aparece en la película, destacando sobre un fondo de bosques y lagunas -un río enorme lo separa de la gran llanura que se extiende al infinito- me recuerda al domo de Boniches y sus formas rocosas de arenisca roja: solitarias, como en el filme, de entre la tupida foresta de pinos y melojos. HIGH GROUND, que viene traducida al español como Tierras Altas, en realidad significa SUELO ELEVADO, literalmente: LUGAR ELEVADO. Uno de los protagonistas, el francotirador blanco, le explica al aborigen, Tom, que es desde ahí justamente donde se obtiene el control de lo que acaece ante tu mirada. Si vienen, como pasa, a matarte sólo tienes que esperar y sorprender. 

         Se trata de un filme en el que un poderoso guion (una bonita aunque dramática historia) se incardina con unos paisajes de genuina textura primigenia: la Tierra como fue en sus orígenes, antes de que la Civilización del hombre blanco la hiciera objeto de sus desmanes y sus avaricias. Es un ejemplo de objeto cultural ni que pintado con el que confrontar con el decadente y degradante concepto de cultura cinematográfica que se ha impuesto en España. Guiones sin imaginación, dramas vacíos, exaltación del antihéroe o el delincuente más chabacano, culto a la amoralidad y al engendro... al terrorista (sólo de izquierdas) y al narcotraficante, al fanático y al vividor. Ninguna concesión al sacrificio, al trabajo o a la recta conducta, a la templanza y a la bondad. Al final, se trata de un reflejo  de lo que se ha convertido la sociedad española tras medio siglo de decadencia cultural, propiciada por las leyes socialistas de educación. Sistemas educativos que promueven, precisamente, el mencionado culto del antihéroe. Aquí, además, se desmonta con facilidad el axioma del presupuesto más bien magro, en comparación con las obras americanas. Es falso. El insufrible color sepia que implícitamente tiñe el fondo de toda obra ibérica al uso, no viene de la falta de dinero, sino de un sello cultural que se adivina enseguida. Esta película australiana, como tantas otras (francesas, americanas, inglesas, italianas), se ha rodado sin apaenas artificio, y resulta que es una obra maestra. La mentalidad del escritor, productor y director, incluso de los actores, se hace patente en el resultado: la búsqueda constante, casi innata, de la Justicia; las cadenas de la violencia y de la sangre, la expiación... Todo lo que no verás en una película de Almodóvar, que es el tótem de los amantes de la degradación social y personal y de sus productos culturales, si a esto se le puede llamar cultura. Cultura, aquí, es sólo una palabra que sirve para que el contribuyente ponga estúpidamente su bolsillo a disposición de semejantes listillos: estos cuya tremebunda historia empezó en un viaje a Madrid para ser los amigos, tiernos amigos, de Tierno Galván, que pasa por ser un pionero cuando no fue más que un sectario peligroso que predicaba la vuelta a la Guerra Civil, dicho y escrito por compañeros suyos del PSOE, los que, por suerte para todos, impusieron en Suresnes su modo de hacer la política en una España nueva que muchos, hoy, se empeñan en destruir. Los émulos de Almodóvar y su manera de ver el mundo: degradado, violento, cutre.

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