Comentaba hace pocos días, al tiempo que presentaba unas sencillas imágenes de un paseo hacia el sol poniente acompañado por mi esposa, que uno se pone a buscar con urgencia -diría casi con alarma a duras penas disimulada- un lugar tranquilo en el que olvidarse por momentos de toda la dura realidad que acontece a las mismas puertas de nuestra doméstica existencia. Hablaba de Libia y del tsunami de Japón. De la primera, por ser una guerra que se desarrolla al otro lado del apacible y ancestral Mediterráneo, que es casi como un mar propio y venerable. Y de la segunda, por la enorme tragedia en vidas y el pánico desatado por los graves desperfectos de los reactores nucleares de Fukushima, la central nuclear que todos los días sale en los noticiarios y sobre la que se dicen tantas cosas equívocas, interesadamente falsas e incluso, en el espacio de unas pocas horas, notablemente contradictorias. ¿He dicho pánico? Bueno... la ciudadanía japonesa, de la que podríamos aprender aquí, europeos y españolitos al uso, unas buenas lecciones de civismo y entereza, parece que no se desgañita en lamentos ideológicos (inficionados de una pátina de histrionismo tipo Almodóvar y toda esa multitud de gilipollas militantes que le siguen, como icono de la progresía socialista de raíz peninsular que es, dispuestos a saltar a la mínima indicación del líder y de la doctrina) ni pontifica, ni escupe, sobre un tipo de fuente energética que lo ha situado, como Nación, en el grupo de las superpotencias: todo ello después de haber sido literalmente borrado del mapa por los americanos al final de la II Guerra Mundial. Estas imágenes que a continuación muestro tienen muy poco que ver con tragedias, ideologías, memorias envenenadas eficazmente utilizadas como arma política de enfrentamiento, y burdas labores de gobierno de una cuadrilla de tíos tan torpes como comprometidos en una espiral de paraísos imaginados que jamás existieron y que jamás, aunque los intenten poner en práctica arrasando y empobreciendo sociedades y países a base de ingenierías sociales de incierta resolución, alcanzarán. El socialismo se nutre de miedo, resentimiento, apocamiento, pobreza intelectual, miseria moral, envidia... y una escasez de imaginación tan terrible que es capaz de sumergir a sus seguidores en el más siniestro pantano de la inmovilidad vital que ha podido existir sobre el planeta. Aquí en España se ha cargado de golpe a un par de generaciones. Pero no pasa nada, posee, el socialismo patrio, un comodín poderoso e irrefutable: estamos aquí para salvaros de vosotros mismos; aunque para ello tengamos que sumergiros en la más patética de las miserias. Mientras el ciudadano de a pié paga y paga, los ideólogos viven de nuestros impuestos. Sin embargo, mientras haya un nutrido grupo de idiotas aplaudiendo, las cosas no cambiarán.
Perdón por la digresión. Pero creo que la ocasión lo merecía. Por otro lado, el tiempo da la razón a los que, con mucha dificultad, hemos aguantado en las trincheras del anonimato social. Al grano: las fotos que podéis ver a continuación retratan el poderoso influjo de un paraje que evoca refugios antinucleares apartados del mundanal ruido y de sus devastadores efectos. Es Tolosa. Una aldea de Alcalá del Júcar, situada 5km río abajo, apoyada en las rocallosas y arrasadas laderas de un cañón que apunta ya decididamente hacia tierras valencianas y las fragosidades de cañones, disparaderos, torrentes inaccesibles y acantilados de 400metros en vertical que esconde el bravo corazón de sus montañas a Occidente de la Urbe. De este minúsculo núcleo de población es natural mi abuelo materno, José Domingo Costa (Dominguillo para los locales), postrer exponente de una generación que vivió y sufrió una guerra entre hermanos y que supo perdonar, laborar con denuedo estas ingratas estepas y levantar un país de entre las ruinas. Es ahora cuando los nietos, que ni padecieron, ni trabajaron, quieren echarlo todo por la borda y entrar en el juego peligroso y burdo de finiquitar este país como nación soberana... Disfrutad de las imágenes. Para mí son un bálsamo espiritual tan necesario como bello. La gran literatura se hace en lugares como este. Tal vez Machado, en sus andanzas sorianas, hubiera encontrado paralelismos...