martes, 19 de diciembre de 2017

INVIERNO

La personalidad climática de cada zona, región, población (incluso), viene dada en primer término por su posición en latitud: zona templada, subtropical, tropical, ecuatorial... Son conceptos que se estudian en geografía general y todo el mundo maneja. Después, como elementos igualmente determinantes tenemos el relieve, la altitud, la lejanía o proximidad al mar, la existencia de grandes masas boscosas etc. Y en último lugar (influencia actualmente exagerada por el histerismo interesado de los profetas del Cambio Climático) los focos de actividad humana, léase grandes urbes tipo Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Sevilla...
                           Casas Ibáñez, colgado en un extremo de la Meseta Suroriental (extremo que apunta como una lanza hacia las atormentadas topografías de la Valencia interior), expuesto a los desecantes vientos del Norte y el Oeste (en invierno) y bendecido por las amables influencias  de un Levante que sólo llega hasta aquí y que dulcifica las noches del estío; víctima, como el resto del Sureste patrio, del fantasma de la desertificación (más por la avaricia agrícola mamporrera, enemiga de los árboles, que por la escasez de precipitación)... Casas Ibáñez y su entorno, con sus 400mm anuales de lluvia concentrados (si la cosa va bien) en los meses de primavera y otoño, representan el paradigma climográfico de la España interior: magras precipitaciones y temperaturas extremas. Otoños y primaveras breves acompañados de largos, extenuantes, bordes inviernos y veranos. 

                  La histeria colectiva sabiamente atizada por un colectivo de agentes políticos y funcionarios de la ONU que se llaman a sí mismos "científicos" (se suelen zanjar las argumentaciones en contra con esta coletilla: "lo dicen los científicos", sin que el que te lanza el condenatorio anatema sepa exactamente a qué grupo de científicos se refiere) ha calado tan hondo en la psique colectiva que cualquier fenómeno violento de la  naturaleza (terremoto, huracán, granizada o sequía) se cifra entre los efectos perniciosos de semejante estado climático global. Así, se olvidan convenientemente periodos de desgracias pasados (más dañinos y prolongados que el actual) y se hace ciencia el escasamente fiable aporte de la memoria: memoria colectiva, le llaman. Así, concluyo, esta plurisecular región del  Sureste, a la  que corresponde por su situación, como ya dije, una climatología cicatera y borde, se convierte por obra y milagro del histerismo en Noruega, Holanda o Normandía, lugares de enjundia climática y temperaturas amables.

El Invierno de la estepa adopta el rostro de la helada y la sequedad gélida. También del viento y los cielos de un añil vivo, en los que circunstancialmente se forman nubes en forma de lámina (estratos) que no prometen nada: sólo frío y más viento.

La Sierra de MARTÉS. 1081msnm. En el cinturón de montes valencianos. Al otro lado está Buñol, y un poco más allá... Valencia y el Mediterráneo.


La agricultura del hierro.


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