miércoles, 9 de diciembre de 2009

EL SIGNO DE LOS TIEMPOS (I)

Es la primera vez que no encuentro una imagen apropiada que acompañe coherentemente al texto. Podría poner un desierto de cenizas sobre el que, medio enterrado en una colina, alguien observara  con ojos incrédulos lo que ve a su alrededor: abandono, desidia, pasotismo, suciedad, mediocridad, fracaso, incertidumbre, latrocinio inveterado sobre todo recurso público... Pero podría ser, igualmente, una imagen más real aunque decididamente más prosaica: un montón de desperdicios producto de una "fiesta" en un paraje natural. Fue esto mismo lo que impulsó hace unos días el sentido (y el tono) de lo que voy a escribir a continuación. He de confesar que la prudencia me ha aconsejado mantenerme callado-por no herir los sentimientos de tanta gente buena que conozco-, sin embargo, enemigo de la moderación cuando no sirve para nada, creo que es mi deber reflexionar un rato sobre la imagen de fracaso inminente que esta sociedad nos pone, con sus señales diarias, delante de los ojos. Casas Ibáñez no es más que un ejemplo de laboratorio socio-político de lo que pasa a nivel de país, así como España es otro ejemplo de lo que pasa a nivel mundial. Llevado de justa indignación no me quedó más remedio que concluir que 30 (o 31) años de educación progresista (incluidos los 8 años de gobierno del PP, que no fue un interludio en lo que al sistema educativo se refiere) han sido un rotundo, evidente y penoso fracaso. Mucho me temo que la última generación que estudiamos el EGB, seamos la última, igualmente, donde todavía queda gente no ya sólo poseedora de cierta cultura, sino también de cierta sensibilidad hacia nuestros semejantes y nuestro entorno. Se trata de puro y duro empirismo... Una constatación de laboratorio, como dije antes: en la época del ultra publicitado cambio climático, del ecoligismo político y chic, del progresismo como antídoto para todo aquello que los progres dicen que es malo; en la época de los ministerios y concejalías de medio ambiente, no hay más que salir un poco por el campo y ver los desmanes criminales que se producen: pinares arruinados por la suciedad, barrancos a donde se arrojan todo tipo de electrodomésticos inservibles, parajes de singular belleza tomados al asalto por la turbamulta del botellón... y un largo etc. sobre el que los responsables públicos (autoridades y políticos) sienten un terror cerval cuando se trata de actuar. ¿Merma de votos por medidas impopulares? Posiblemente. Mientras tanto, un ejército de empleados agradecidos pulula a la sombra del poder a la espera de alguna migaja que el prócer de turno tenga a bien dejarles en el festín diario que significa el control de la gestión de los recursos públicos. No hay honor, ni compromiso ni competencia: el pueblo, como el campo, sigue hundiéndose en el cenagal de la desidia: mierdas de perro por todas partes, parques abandonados y piojosos, vándalos de toda laya imponiendo su ley y destrozando el mobiliario urbano, políticos en exclusiva entregados a su promoción personal en lejanas capitales...

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